Carritosdegolfa-Aliens que abducen aliens (por Ignacio Foppoli – name your price)

Punk lúcido, que esquiva el revival.

“Desde el 2012, año del fin del mundo”. Buen guiño para una banda de actitud punk inscribirse bajo una cronología post apocalíptica.
Sin embargo, las formas breves y contundentes de Carritosdegolfa nos hacen saber de entrada que estamos ante un punk lúcido, que esquiva el revival, sin aspirar por eso a descubrir nuevas fórmulas. Lo que hacen, entonces, es simple en su procedimiento pero sutil en su intención: repetir la voluntad de quiebre -olor a tierra mojada/olor a cromo- a través del violento contrapunto de células mínimas de musicalidad.
Sin el respaldo de la poesía y los gritos, la ira clarividente de papá Rotten, lo que queda es un trío instrumental donde el motorikraut marca el pulso. Ese “straightahead” tiene dos funciones, teniendo en cuenta la brevedad de las composiciones (algo así como 1:40 de promedio): en sí mismo es célula imponente contra el silencio, en el plan topadora del cuatro y vamos.
Por otro lado, es el piso que se raja cuando aparece la diferencia, sea un arpegio de bajo choruseado o un distorstep en la viola. Vemos así una serie de virajes que escapan a la grandilocuencia, sacando su fuerza de una reflexión y una interioridad (inner-punk) que los intensifica, tal como el zoom a los trazos de una pequeña maqueta de ola que puede verse Ver à soie, lugar en que el baterista Francisco Astorga sube sus trabajos plásticos.
Así en el track siete, que le da título al disco, donde el bajo abre la procesión arpegiando tres acordes circulares para que la banda se sume después del rulo de la caja, con línea de sinte cristalino incluida. Tenemos que detenernos ahí, en el pase, en el corte. Un redoblante de agudísima ecualización quebrando de plano la solidez del bajo. El tema, como toda la música, sigue desplazándose en el tiempo, pero el minimalismo de los carritos nos hace sentir el peso de cada encastre. Desde ahí vemos cómo las formas de contrastar se multiplican, lejos y cerca a la vez de la dupla ruido-silencio.
En “Intro”, el juego de desfasaje entre el slide de la guitarra y el hihat digital cronometrando por milisegundos; en “Repartidor de pizza”, un gag sonoro logrado por un golpe de distorsión saxofonesca; en “Interludio”, los estrépitos industriales acompañando el montaje y desmontaje del beat. Finalmente, en “Drama king”, el doppler que genera la velocidad de abducción máquina-a-máquina del último instante de vida (¿terrestre?) de la guitarra (por Ignacio Foppoli)

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