Antuantu-UNE (por Ignacio Foppoli – Parquee Discos – name your price)
Desde La Plata, Argentina, llega este chapuzón de indie lisérgico que se sube en las piruetas de las líricas y la experimentalidad sonora.
Miro las etiquetas en las entradas de Pitchfork para Animal Collective: experimental / rock. Me detengo en ese primer tag y me pregunto por qué siempre va solo, como para salvaguardarle su aire extremo, cuando si lo pensamos un segundo llegaríamos a una saludable conclusión: si todas las variables enloquecieran al mismo tiempo, nacería un último género -el verdadero shock rock-, antesala de la muerte cerebral. La pregunta está guiada por “UNE”, el último EP de Antuantu que, no agotándose en el linkeo a los bates de Baltimore, nos pone a girar sobre el devenir rítmico del popexperimental, así sin barra, y con experimento para la casa. Si querés hacer un disco barroco y aireado a la vez, ponete un delay al frente y míralo un rato largo. Figúrate que es el ojo del huracán bárbara, el espíritu del bosque, y cuando te hormigueen las manos, sacudite y andá nomás, reventalo a perillazos.
En gran parte del disco (ese tramo que va desde “círculos” hasta “vida y amor”), Antuantu aprovecha que la música es el arte de la simultaneidad para anclar su manto de ondas recicladas en el infalible bombo-caja en dos tiempos. Bum-tá para que tengan pero, captando el conjunto, una primera escucha nos deja el oído rítmico totalmente cebado. Lo que sucede es que lo que se construye arriba del two-step va generando continuamente otros centros de gravedad, esos que la profe de música llamaba acentos. Desde un bajo alérgico al bombo, hasta una melodía de voz siempre dispuesta a glitchearse, these accent oriented layers (accent couches orientées) babelizan la lengua pop, para dejarle a la lírica el trabajo de reunirlas en luminosas protestas de amor y amistad. Letras de simpleza aparente y poder manifiesto, como ese fuck you a la procrastinación dibujado en “Esa maña mañana”, donde la montaña se mueve con tal de ir a visitar; o esa dedicatoria abierta al final de “Círculos”, que se contenta con jugar con el género de lo divino. En un espacio aparte está “Nadie”, sin duda el track más emocionante del disco, en vaivén con un estribillo melancólico -ya lo sabemos, el estribillo es la casa-, están las estrofas del Antu andrógino y vitalista que no es ni tiene origen, sólo quiere jugar y molestar. En el medio, un par de líneas hermosas sobre el abrazo rebelde, “Mira mamá/ me voy al mar/ no podrás verme/ no te preocupes más/ Mira papá/ estoy acá/ soy una red/ y te quiero atrapar”.
¡Qué clase de red haría falta para domar este tracklist! Mientras se sigue escapando, imagino un “Círculos” down tempo que termine de realizar la vocación dub que disparan sus guitarras rítmicas; después, me detengo en las vocales y el mensaje de “No es matemático”, en el que Antuantu pone en su voz (Preparé todo…) al especulador-productor que se separa del juego por buscar sólo el oro del pegue, para luego soltarle desde la calle su “pero ves/ que no es/ matemático”. En ese momento, la atmósfera se descompone siguiendo al cachetazo, y lo que se lee como un jocoso “Uh uh uh” es en la oreja un juego ácido de samplers corales (ardillitas y recorder, según suba o baje el pitch de las muestras de voz, porque quién dice que una cara no puede borrarse.
Envalentonado, tampoco me acuerdo quién dijo que un tema no puede ser un micro relato, si este va para “Abrázame” y más allá. ¿Es una laucha o una ardilla? -preguntó el bullynero, mirando a lo lejos al flaquito que volvía al campamento. No sé qué será -le respondí- pero escucha, viene tocando trompeta, la launchera y el redoblante al mismo tiempo (por Ignacio Foppoli)