Licántropo-La mar (por Matias Gallardo – Jardinería Flotante – name your price)

Folk acuático con rebote melódico / marítimo. Despojo, encuentro, reflejo de un escenario interior. Música sin tiempo para salir a encontrarse con el mundo arriba de la bici.

Podríamos afirmar que desde que tuvimos la capacidad para distinguir un pasado que no existe de un presente que lo es todo, y de un futuro que vendrá a fuerza de destruir lo que está siendo, experimentamos la necesidad de dejar marcas. Fuimos desarrollando, a lo largo de nuestra historia, dispositivos que dieran cuenta, aunque fuera de manera precaria, de todo aquello que alguna vez nos hizo ser quienes somos ahora.
Desde siempre nos ha atormentado el deseo de congelar momentos en los que todo parece estar en su lugar, en los que el desorden tuvo forma de perfección. El tiempo es una fuerza que se mueve sin piedad, y que con su paso nos arrastra hacia la desintegración; hace reconocernos prescindibles, insuficientes, impotentes. La naturaleza es un error inabarcable, milagroso y perturbador, cercano pero esquivo; una materia presente en nosotros y en todo lo que vemos. Y entre todo eso, estamos los humanos. Buscamos ensayar sentidos para escapar a esa sensación de estar siempre en el medio, de no estar en ningún lado, de que nada se ajuste a nosotros; en definitiva, huimos despavoridos ante la posibilidad de sentirnos solos.
De alguna forma, esta suerte de viaje sonoro de Licántropo titulado “La Mar”, refleja un poco de todo eso. “Inspirado en las historias vividas y contadas frente a la mar”, como ellos mismos lo describen, este material devuelve a la música a un estado de pureza casi instintivo. El tiempo se congela en estos, más o menos, veinte minutos que dura la obra, en la que nos encontramos frente a una fotografía sonora que nos transporta desde el pecho y manos (con su guitarra) de un desconocido hacia un plano que nuestra vida cotana, el asfalto, el hierro, la velocidad, el ruido, la ansiedad no nos dejan ver.
El disco funde en una sola cosa, las melodías de nuestros instrumentos con los de la naturaleza. La unidad sonora no es más que la materialización de experimentarse uno con el ambiente, de mirar más allá de los sentidos, de usarlos para conectar. Los límites entre unos y otros se hacen difusos, y la guitarras parecieran traducir en notas musicales lo que se esconde entre la respiración de las olas que suenan de fondo, sin parar. De hecho, no es descabellado pensar que el actor principal de todo lo que suena no son las guitarras.
A este esfuerzo se suma el trabajo de Carmela Caballero, que completa la idea a partir de la producción de nueve imágenes. La obra debe verse como un todo en donde, a partir de la manipulación de fotografías, la música jugara a cristalizarse, a hacerse carne.
Licántropo funciona como un medio entre el más allá y toda la maraña de unos y ceros que hacen posibles que el sonido llegue a nuestras orejas. “La Mar” es el intento de comunicar desde lo más íntimo de las entrañas; es un grito que va muriendo al tiempo que nace, que se va comiendo a sí mismo como la única forma de engañar al olvido (por Matías Gallardo)

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